"Network: Un mundo implacable” es la película dirigida por Sydney Lumet que, en 1976, consiguió cuatro premios Oscar incluyendo el de la categoría a mejor guión. Es precisamente en este apartado, junto al interpretativo, donde la cinta adquiere una superlativa perfección, sobre todo si se tiene en mente el año de producción.
El guión fue escrito por Paddy Chayefsky, y puede considerarse como el primero que hincó el dedo en llaga con tal concisión al adentrarse en las escabrosidades internas que oculta el periodismo, en este caso el televisivo, y, en general, todo el mundo mediático. Un mundo (implacable como reza el título) en el que los valores humanos sólo tienen cabida cuando se da el caso de que sean rentables, un mundo donde la verdad ya no importa, un mundo donde lo que prima es el dinero.
Las televisiones ya han perdido cualquier rastro de su antigua función como servicio público, como medio fiable con el que conocer la realidad de una forma cercana y sencilla, pero manteniendo una objetividad y rigor periodístico. La televisión se ha convertido en un circo con el único propósito de entretener, algo que demuestra el personaje Howard Beale (interpretado por Peter Finch) cuando anuncia su inminente suicidio, incidente que dispara el decadente nivel de audiencia de un informativo que, pretendiendo hasta entonces mantener su seriedad, se cerciora definitivamente de que la información ya no vende, ya no importa a nadie, y que lo que han de hacer es venderse a sí mismos en pos de espectadores, sea al precio que sea. Además, al haber sido comprada por otra, la cadena de televisión CBS ha de cambiar su enfoque informativo tanto ideológica como metodológicamente.
Esta nueva política de programación, inspirada exclusivamente por el afán de lucro económico, se ve potenciada por la llegada de unos nuevos directivos (entre los que destaca el personaje de Diana Christensen, interpretado por Faye Dunaway), todos ellos pertenecientes a la primera generación que creció bajo la gran influencia de la televisión en sus primeros años y de los años dorados del cine. Estas personas representan ese modelo de ser humano “tele-real” que aparece en la televisión y el cine: ultra-competitivo, ambicioso, dispuesto a llegar a lo que sea por medio de las artimañas que se requieran. Un nuevo mundo donde, o se es la estrella de cine de turno o el director de una cadena televisiva o, si no, se es un fracasado. Donde el capitalismo definitivamente ha ganado la batalla, robando a la población sus emociones e instintos más básicos (rasgo que se ilustra en la extraña y autómata relación sexual que mantienen los protagonistas en ciertas escenas), y convirtiendo a la televisión en el principal y furtivo educador de los hombres-robots que los capitalistas anhelan crear para que en el futuro sirvan de peones de fábricas.
En la conversación que Beale y su colega Schumacher (en cuya piel se puso William Holden) mantienen al comienzo de la película, el primero baraja el impacto que tendría en la sociedad la retransmisión en directo de su suicidio. Schumacher, que parece tomárselo como una broma, también cae en que un titular de primera plana puede construirse a raíz de un mero rumor. El guión pretende con esto satirizar el poder que tiene la palabra para deformar la realidad al antojo de quien sepa cómo hacerlo, siendo esto algo extensible al periodismo en general.
En la reunión de contenidos de la cadena televisivaque plasma la película, queda descartada la idea de rigor informativo, a favor de la del impacto, en el momento que se empiezan a incluir progresivamente las grabaciones que un grupo armado realiza de sus propios atracos, por encargo de la cadena. La audiencia es lo que prima, tanto se consiga por medios honrados, tanto si no.
El gran poder mediático de la televisión también se ve plasmado con el masivo griterío que se organiza a petición de Beale, solicitante mediático de una disparatada petición: que todo aquél que encuentre insoportable su vida, lo reivindique a gritos por la ventana. Beale, respetado presentador de informativos en proceso hacia la decadencia profesional en lo referente a su labor informativa, se ve relegado a asumir la conducción de un espacio, en la que ejerce de fuerza mesiánica, que se ocupa de temas tremendistas y de la difusión, o creación, de rumores escandalosos o polémicos. Sin embargo, también queda patente que estas polémicas no pueden salpicar un solo tema: la economía, fuerza que se encuentra por encima del bien y del mal, única parcela ante la que la recolección de audiencia debe rendir un respeto y tomar un descanso.
Por último, la película tiene un regusto amargo y pesimista, ya que sugiere que esta situación es irreversible y que el cambio irá a peor. Esta valoración se desprende del monólogo que pronuncia Beale en su última aparición televisiva.
Ocupando siempre un destacado puesto en la lista de las 100 mejores películas americanas de todos los tiempos elaborada por el American Film Institute (en el año 2007 apareció en el puesto 67º) y siendo el precedente de otras películas célebres como El dilema o Buenas noches, y buena suerte, considero que esta película es de visionado imprescindible para aquél que vaya a trabajar en cualquier medio o que, simplemente, quiera comprobar el poder que tienen los agentes externos, tanto mediáticos hacia nosotros, como en menor medida nosotros hacia los mediáticos, para influir y modificar las conductas morales y éticamente correctas.
Aquellos fragmentos de texto en azul cyan significan ser un spoiler o, lo que es lo mismo, el destripamiento de toda (o parte de) una película. Por ejemplo, que os cuente que al final de <<El Sexto Sentido>> Bruce Willis resulta ser un muerto al que sólo el niño puede ver es un spoiler.
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